INTRODUCCIÓN A LA EDICIÓN DE LAS RIMAS Y LEYENDAS DE GUSTAVO ADOLFO BÉCQUER EN LA EDITORIAL VELA, GRANADA 2000, POR
LUIS DE LA ROSA FERNÁNDEZ
BIOGRAFÍA
José María Domínguez Insausti, sevillano y pintor, que había adaptado el apellido de sus ascendientes flamencos ¾Bécquer¾ nació a principios del siglo XIX (22-1-1805) y se casó, a los 22 años, con doña Joaquina de la Bastida Vargas. Era una familia perteneciente a la nobleza pero sustentada básicamente por la actividad de D. José María. Fruto del matrimonio fueron ocho hijos, todos varones: el quinto fue Gustavo, nuestro poeta, nacido en Sevilla el 17 de febrero de 1836, cuando su padre tenía 32 años. A este sólo le quedaban cinco años pues moriría en 1841, y la situación económica de la familia se deteriora. De estos primeros años de Gustavo Adolfo Bécquer sabemos poco. Cuando tenía ya diez años ingresó en el colegio de S. Telmo, institución que acogía a hijos huérfanos de la nobleza venida a menos y con once años pierde también a su madre. Lo recoge su tío D. Juan de Vargas y después su madrina Manuela Monnehay, en cuya biblioteca tiene Bécquer la oportunidad de leer a Chateaubriand, Balzac, madame Staël, Byron, Victor Hugo, Musset y Espronceda, entre otros. A los catorce años ingresó en un taller de pintura donde estuvo algo más de un año para pasarse al taller de su tío Joaquín, hermano del padre, donde ya estaba también Valeriano, el hermano con el que más unido estuvo siempre. Fue este tío suyo el que, advirtiendo la afición de Gustavo Adolfo a las humanidades, le costeó este tipo de estudios. Efectivamente ya desde muy niño escribía poesía y con doce años había escrito la Oda a la muerte de don Alberto Lista, donde se aprecia un buen conocimiento de la preceptiva literaria. Su adolescencia, conjuntamente con sus amigos Narciso Campillo y Julio Nombela, fue de gran actividad poética, soñando los tres en publicar conjuntamente en Madrid.
A los dieciocho años tenía una novia, Julia Cabrera, mujer ésta que mantuvo siempre el recuerdo de Gustavo y murió soltera en 1918. A esta edad marcha a Madrid donde con algo de dinero que le había dado su tío Joaquín se hospeda en una pensión de la calle Hortaleza. Se inicia ahora una época de gran actividad literaria: colabora en obras de teatro con Luis García Luna; escribe en los semanarios “El Mundo” y “El Porvenir”; publica su Oda a Quintana… Por estas fechas Bécquer conoce Toledo, ciudad que tanto influirá en su obra. Durante el verano de 1855 ¾Bécquer tiene diecinueve años¾ cae enfermo y se va a vivir con su hermano Valeriano a una pensión de la plaza de Santo Domingo. Estando allí se enamora de Elisa Rodríguez, muchacha de quince años a la que su padre mandó a Hellín para evitar esta relación. Ya con veinte años, en 1856 ¾el año de la muerte de Heine¾ se traslada con Valeriano a otra pensión de la calle Visitación. Es ahora cuando conoce a Ramón Rodríguez Correa con cuya colaboración y la de García Luna estrena en el teatro Variedades algunas piececitas dramáticas con el seudónimo de Adolfo García.
A los veintiún años se coloca en la Dirección General de Bienes Nacionales como escribiente, cargo del que fue echado por falta de dedicación. Por esta época es asiduo de la casa de D. Joaquín Espín, donde se celebraban reuniones artísticas y musicales. Este ilustre anfitrión tenía una hija, Julia, que algunos han identificado como una de las mujeres inspiradoras de la Rimas. En esta fecha Bécquer inicia su obra más ambiciosa: la Historia de los Templos de España.
A los veintidós años vuelve a sufrir una grave enfermedad y de nuevo acude su querido hermano Valeriano, que hacía algún tiempo había regresado a Sevilla, para ayudarle. Sigue escribiendo fundamentalmente su Historia de los Templos de España y ahora se enamora de Elisa Guillén, posiblemente el amor más intenso de su vida. Sin embargo en 1860, Bécquer que ha contraído la sífilis, en la consulta de su médico conoce a la hija de éste, Casta Esteban, con la que contraería matrimonio al año siguiente, cuando tenía veinticinco años. Por esta fecha comienza su colaboración con “El Contemporáneo”, donde publica algunas de sus más famosa leyendas y una cuantas rimas. Es esta una época de gran actividad literaria y, junto con su colaboración con esta publicación y otras, dirige con Felipe Vallarino “La Gaceta Literaria”, y también se revela como un buen crítico de arte con la publicación de siete artículos sobre la Exposición Nacional de Bellas Artes. A los veintiséis años le nace su primer hijo, Gregorio Gustavo Adolfo, y las cosas parecen irle muy bien.
En diciembre de 1863 viaja con su hermano Valeriano, su mujer Casta y su hijo al monasterio de Veruela, donde se disponen a pasar una larga temporada ya que el clima parece ser excelente para la precaria salud de nuestro poeta. En este monasterio escribe casi todas las Cartas desde mi celda, todas menos la novena que ya es escrita a su vuelta en Madrid. Es nombrado corresponsal de “El Contemporáneo” en S. Sebastián y después pasa a dirigir este periódico, sustituyendo a Albareda, al ser nombrado éste representante diplomático de España en La Haya. Sin embargo este cargo de director sólo duró tres meses y ya nunca volvió a colaborar con “El Contemporáneo”. Por estas fechas Bécquer es nombrado “fiscal de novela”, lo que supone una situación económica relativamente holgada. Sin embargo, a los seis meses, cesa como “fiscal de novela” y se marcha de nuevo a Veruela para pasar los meses de junio y julio. Nace su segundo hijo, Jorge, y al año siguiente, a punto de cumplir los treinta años, se le nombra “director literario” de “El Museo Universal” y participa en su redacción con una especie de editorial todas las semanas. Vuelve a ser nombrado “censor de novela” debido a la vuelta de su protector¾Narváez¾ al ministerio; el trabajo lo abruma y su precario estado de salud le hace pedir algunos permisos por enfermedad. A los treinta y dos años comienza a escribir el Libro de los gorriones al tiempo que descubre que su esposa Casta le es infiel y que el hijo que ésta espera lo es realmente de un individuo apodado “El Rubio”, un notario de Noviercas (Soria), donde reside el matrimonio desde hace algún tiempo, lo que ocasiona la separación matrimonial. La turbulencia sentimental del poeta, unido ahora más que nunca a su hermano Valeriano, se une a la turbulencia política pues estalla la Revolución de 1868. Su amigo y protector González Bravo tiene que huir a París y Bécquer lo acompaña al menos hasta la frontera de Hendaya. A su regreso se instala, junto con Valeriano, en Toledo, en la calle S. Ildefonso. Aquí es donde una muchacha, Alejandra, enciende nuevamente el corazón del poeta, correspondiéndole totalmente. Desde Toledo hace frecuentes viajes a Madrid y con treinta y cuatro años lo encontramos como director literario de “La Ilustración de Madrid”. Poco después muere su hermano Valeriano, lo que le provoca un profundo dolor. Hay una aparente reconciliación con Casta y tras la convulsión de la muerte de su hermano deja de publicar en “La Ilustración de Madrid”. A principios de diciembre de 1870 es nombrado director del periódico “El Entreacto” y a los pocos días cae gravemente enfermo para expirar, en su casa de Madrid ¾Claudio Coello, 25¾ a las diez de la mañana del jueves 22 de diciembre, a los treinta y cuatro años de edad.
LAS RIMAS
Gustavo Adolfo Bécquer entregó a González Bravo, su amigo y protector, un manuscrito con sus versos y le pidió que los prologara y editara. Sin embargo la Revolución de 1868, La Gloriosa, hizo que Bravo tuviera que salir de España y el manuscrito original se perdió ya que la casa del Ministro fue saqueada. A los pocos meses Bécquer se decidió a reconstruir sus poemas y en el nuevo manuscrito escribió lo siguiente: “Libro de los gorriones. Colección de proyectos, ideas y planes de cosas diferentes que se concluirán o no según sople el viento. De Gustavo Adolfo Claudio Bécquer. 1868. Madrid 17 de junio”. Incluyó una Introducción sinfónica, una leyenda inacabada ¾La mujer de piedra¾ y las Rimas. Éstas están precedidas de un índice de primeros versos y una nota que dice: “Poesías que recuerdo del libro perdido”.
Cuando murió Bécquer, sus amigos ¾Narciso Campillo, Rodríguez Correa y Augusto Ferrán¾ editaron sus obras en Madrid en 1871, prologadas por Rodríguez Correa. En esta edición se suprimieron tres rimas del Libro de los gorriones y no se respetó el orden del original.
Bécquer tenía una formación poética de carácter clásico y con el paso de los años fue evolucionando hacia una poesía romántica de tipo intimista. Nadie duda ya de la influencia que el poeta alemán Enrique Heine tuvo en nuestro poeta, posiblemente a través de las traducciones hechas por Eulogio Florentino Sanz en “El Museo Universal” en 1857, cuando Bécquer tenía diecinueve años. Los poetas de entonces, entre ellos Bécquer, quedan impresionados por estos poemas, por lo que empieza a crearse una actitud favorable al sentimentalismo y a la simplicidad poética. Esto y la admiración que Bécquer profesa a la poesía popular, especialmente la andaluza, junto con su temperamento sensible y soñador, explica el resultado de su creación literaria.
Los versos de Bécquer no ofrecen la retórica altisonante ni el colorido deslumbrante de la época propiamente romántica. No es, como él nos dijo, “Una poesía magnífica y sonora” […] sino otra “natural, breve y seca, que brota del alma como una chispa eléctrica, que hiere el sentimiento con la palabra y huye, y desnuda de artificio […] es un acorde que se arranca de un arpa y se quedan las cuerdas vibrando con un zumbido armonioso”. La poesía de Bécquer está alejada de aquella otra, también romántica, de Espronceda, efectista y abigarrada de colorido. Bécquer busca más bien la expresión del sentimiento auténtico sin apenas retoricismo, de una forma sencilla, casi natural, al tiempo que pretende descubrirnos la poesía que pueden tener las cosas en sí o las situaciones vividas, todo ello envuelto en unos tonos vagos y con una suave musicalidad muy distante de la fuerte sonoridad de otros poetas románticos. Es la poesía becqueriana una expresión de su intimidad: amor, celos, despecho, soledad…, pero todo ello dirigido, mediante un susurro, directamente al corazón. Es su poesía una voz que nos seduce y hace que nos identifiquemos con el poeta, que sintamos sus sentimientos, que nos emocionemos con sus emociones y que soñemos con su ensueño; es su poesía, en fin, una emisión directa a nuestra fibra sensible que responde, no por su fuerza ni por su brillo, sino por su certera puntería a la hora de herir nuestro sentimiento.
Los temas de las Rimas son principalmente los siguientes:
1º.- La propia literatura, la poesía sobre todo, y su fuente de inspiración.
Yo quisiera escribirle, del hombre
domando el rebelde mezquino idioma,
con palabras que fuesen a un tiempo
suspiros y risas, colores y notas…
* * *
Sacudimiento extraño
que agita las ideas (…)
actividad nerviosa
que no halla en qué emplearse, (…)
locura que el espíritu
exalta y desfallece;
embriaguez divina
del genio creador
Tal es la inspiración
2º.- El tema del amor en sus distintas manifestaciones: expresión enamorada y dichosa, amor desesperado, amor nostálgico, amor herido, etc.
Los invisibles átomos del aire
en derredor palpitan y se inflaman, (…)
oigo flotando en olas de armonía
rumor de besos y batir de alas,
mis párpados se cierran… ¿Qué sucede?
¡Es el amor que pasa!
* * *
Si al mecer las azules campanillas
de tu balcón,
crees que suspirando pasa el viento
murmurador,
sabe que oculto entre las verdes hojas
suspiro yo …
* * *
¡Los suspiros son aire y van al aire!
¡Las lágrimas son agua y van al mar!
Dime, mujer, cuando el amor se olvida,
¿Sabes tú adónde va?
3º.- La soledad y la muerte, la desilusión de la vida.
Olas gigantes que os rompéis bramando
en las playas desiertas y remotas,
envuelto entre la sábana de espumas,
¡llevadme con vosotras! (…)
¡Por piedad! ¡Tengo miedo de quedarme
con mi dolor a solas!
* * *
Al ver mis horas de fiebre
e insomnio lentas pasar,
a la orilla de mi lecho,
¿quién se sentará? (…)
Cuando mis pálidos restos
oprima la tierra ya,
sobre la olvidada fosa
¿quién vendrá a llorar?
La poesía de Bécquer ha tenido una gran trascendencia en escritores posteriores tales como Rafael Alberti, Federico García Lorca, Luis Cernuda, Vicente Aleixandre, etc. Y es que, como dice Cernuda, Bécquer era para él y su generación un clásico y “Desempeña en nuestra poesía moderna un papel equivalente al de Garcilaso en nuestra poesía clásica: el de crear una nueva tradición, que lega a sus descendientes. Y si de Garcilaso se nutrieron dos siglos de poesía española,[…] lo mismo se puede decir de Bécquer con respecto a su tiempo”.[1] También otros poetas anteriores y posteriores a la generación del 27 han sido influidos por Bécquer: Antonio Machado y Juan Ramón Jiménez, José Hierro y Carlos Bousoño, entre otros.
LAS LEYENDAS
Género muy representativo del Romanticismo, Bécquer lo cultivó intensamente en la época en la que estuvo colaborando con “El Contemporáneo” (1861 – 1863), en cuyas páginas aparecieron publicadas casi todas ellas. La temática de estas narraciones en prosa se centra predominantemente en lo religioso y en lo amoroso, temas que se montan en unos casos sobre elementos totalmente subjetivos y en otros sobre la tradición. Tenía nuestro escritor una imaginación desbordada que, como decía, era ésta “Una vez aguijoneada […] un caballo que se desboca y al que no sirve tirarle de la rienda”. Bécquer, tomando como pretexto la realidad, se evade de ella y la transforma y la idealiza y crea un mundo donde la fantasía se libera de las ataduras de la razón. Este mundo imaginado por el escritor está ocupado principalmente por dos elementos: la mujer y lo sobrenatural. La mujer es algo soñado por él y su idealización recae sobre todo en la que posee la tez blanca y los ojos azules, aunque a veces también se recrea en unos ojos negros o verdes. En cuanto a su espíritu, las mujeres de las leyendas suelen ser caprichosas y extravagantes, causa muchas veces de la tragedia amorosa. Otras veces son pura fantasía, espíritu puro femenino, y otras, figura demoniaca.
Lo sobrenatural es el otro elemento que está casi permanentemente presente en las Leyendas. Es presentado de forma que pueda explicarse de forma natural y lo conecta continuamente con la creencia popular y con la fe. Lo maravilloso se combina con lo lírico, y lo aterrador se asocia con el pasado legendario.
Con todos estos ingredientes, Bécquer sabe recrear un ambiente de fantasía poética que logra seducir al lector e interesarlo en la narración a pesar de su irrealidad.
OTRAS OBRAS
Aparte de las Rimas y algunas otras poesías que no incluyó en el Libro de los Gorriones, aparte de sus Leyendas por las que fue muy conocido por sus contemporáneos, Bécquer escribió otras obras en prosa y artículos periodísticos en los que halló básicamente su sustento. Destaca la Historia de los templos de España, empresa editorial ambiciosa que no se culminó, pero su preparación proporcionó al escritor temas que los utilizaría en las Leyendas, sobre todo las de fondo toledano. Se publicó sólo un volumen de la Historia y su plan pretendía relatar la historia de la construcción, modificaciones o deterioros sufridos y descripción de los edificios; estos fueron, todos de Toledo, San Juan de los Reyes, Santa María la Blanca, Santa Leocadia, el Cristo de la Luz y Nuestra Señora del Tránsito.
Las Cartas desde mi celda, escritas casi todas en Veruela y publicadas en “El Contemporáneo”, mezclan recuerdos e impresiones del autor con bellas descripciones del monasterio y de sus alrededores. Pueden considerarse una especie de documento autobiográfico en el que se utiliza una técnica narrativa similar a la de las Leyendas.
Las cuatro Cartas literarias a una mujer, publicadas en “El Contemporáneo” entre 1860 y 1861, son de gran importancia para estudiar las ideas poéticas de Bécquer y sus Artículos de Costumbres, referentes a distintas regiones de España, nos permiten acercarnos a Madrid, Aragón, Soria, País Vasco, Toledo, Ávila, Palencia, León y Sevilla. Mucho menos interés tiene su escasa producción dramática, escrita en verso, con títulos como Un drama, La novia y el pantalón y Tal para cual.
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[1]LUIS CERNUDA: Gustavo Adolfo Bécquer (1836 – 1871), en Prosa Completa, Barcelona, 1975.